La mujer de los hermanos Reyna. Intrigas y deseos.




La novela negra, ese “subgénero” literario surgido a finales de la segunda década del siglo XX, se hizo presente en nuestro país hasta 1969 con la publicación de El complot mongol, de Rafael Bernal (considerada unánimemente como la primera novela negra mexicana) y aunque 7 años después surge la figura de Paco Ignacio Taibo II (el más célebre autor del género en México), lo cierto es que el desarrollo de este tipo de obras fue más bien esporádico hasta la década del 2000, cuando parece haberse consolidado gracias a una generación de escritores que verdaderamente lo cultivan y no sólo es un experimento estético ocasional. Nombres como Élmer Mendoza, F.G. Haghenbeck, Bernardo Fernández, Bef, Imanol Caneyada y algunos otros que se me escapan. Entre ellos se encuentra Hilario Peña, quien se ha vuelto célebre por su serie del detective Malasuerte, pero cuya obra cumbre (al menos hasta el momento) es una novela fuera (al menos hasta la publicación de Juan Tres Dieciséis) de este ciclo: La mujer de los hermanos Reyna (Radom House, 2011).

En esta, su tercera novela, Hilario Peña expresa explícitamente la intención de deconstruir uno de los elementos más icónicos de la cultura popular mexicana: las telenovelas. Es así que tenemos una trama con todos los tópicos recurrentes de los melodramas televisivos: mujeres jóvenes que deben luchar solas contra la adversidad, galanes millonarios, villanas que intrigan contra la protagonista, hijos perdidos que se reencuentran con sus padres, etc. Todo esto mezclado con elementos tradicionales del noir más clásico en la línea de James M. Cain y Elmore Leonard, donde los protagonistas suelen ser delincuentes de poca monta; perdedores que tratan de salir desesperadamente del círculo de miseria en el que se encuentran. Evidentemente esta combinación da como resultado una trama rocambolesca a más no poder. Algunos quizá le encuentren algo excesiva, pero lo cierto es que no quieres dejar el libro porque siempre deseas saber qué pasa a continuación.

Estilísticamente hablando la novela utiliza un lenguaje sencillo y directo, casi telegráfico en ocasiones, debido a que Peña recurre mucho al uso del diálogo, lo que hace que el ritmo del texto sea sumamente dinámico. Este es quizá el elemento técnico más destacado del autor, el ritmo; no sólo en esta novela sino en su obra en general. Son narraciones fluyen de forma vertiginosa, algo que no cualquiera puede conseguir.

No obstante, el mayor logro de la obra es su certera reconstrucción del devenir de la sociedad mexicana en las últimas tres décadas, específicamente en el norte del país. No es una novela histórica, ni pretende serlo, pero al relatarnos la vida de los protagonistas desde los 80's hasta la actualidad vemos esa historia paralela de un México casi desconocido, cuyos actores y acciones tienen profundas consecuencias en la actualidad. Desde las raíces del crimen organizado y cómo es que llegó a extenderse tan profundamente en la vida de la sociedad mexicana contemporánea, el inicio del fin de la vida rural, entre otros aspectos. Los que vivimos esos treinta años encontramos familiares, incluso cercanos a muchos de los personajes, su ideología, sus anécdotas. Tan es así que mucha de su atmósfera recuerda al homevideo ochentero. No obstante no es un ejercicio nostálgico, sino un simple testimonio de una época pasada, es verdad, pero con gran peso en el tiempo presente.

Otro elemento destacable son los personajes. Aunque a primera vista podría decirse que la mayoría son tópicos, su desarrollo no lo es en absoluto. Lo que más me llamó la atención es la amoralidad de la mayorías de ellos. Aunque en general prácticamente todos son pillos mezquinos y egoístas, la naturalidad con la cual realizan sus acciones, conscientes de lo negativo de las mismas y el hecho de que jamás intenten justificarse (simplemente son así) es lo que les otorga gran verosimilitud, y que en muchos casos resulten hasta entrañables. Al ser personajes siempre al límite, era muy fácil caer en tentación de intentar justificarlos con el manido argumento de que no tenían elección, pero eso no sucede. Los personajes siempre tienen opciones y quizá por eso resultan más creíbles cuando optan por la alternativa “negativa”. 

Por ello mi momento favorito es el cierre de la novela, cuando uno de los personajes está tomando protesta como alcalde de Tijuana y da un discurso absolutamente cliché de cómo en base a esfuerzo y honradez una persona “de abajo” logró triunfar en la vida (idiosincrasia totalmente telenovelera). El discurso tiene varias lecturas. La primera y más obvia es el de la ironía que nos escupe el autor, pues para esas altura de la novela conocemos al personaje, que además está rodeado de otros personajes que lo acompañaron en la travesía y que comparten su éxito; éxito logrado gracias al engaño, traición, chantaje y hasta asesinato, logrando deconstruir totalmente el discurso melodramático y mostrándonos como es que ese tipo de éxito se alcanza en la realidad. La otra lectura (y personalmente mi favorita) tiene que ver con el personaje que da el discurso. Para nosotros, los lectores, nos queda clara la ironía implícita en el mismo que le imprime el autor, pero el personaje no lo dice en sentido irónico, sino sinceramente y eso es lo fantástico del mismo, pues es totalmente congruente con su ideología; desde su punto de vista engañar, chantajear y traicionar es válido porque así funciona el mundo y por lo tanto su victoria final es totalmente honrada. Jugó con las reglas de la casa y ganó.

En conclusión, La mujer de los hermanos Reyna es una gran novela, repleta de humor, acción, intriga, y amor. Amor por la literatura que destila todas y cada una de las palabras de esta obra y que merece reconocimiento con una de las mejores novelas mexicanas de los últimos 10 años. Altamente recomendada.

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